En Guayaquil, epicentro del narcotráfico en Ecuador, la lucha contra los grupos criminales no se salda sólo en las barriadas. En esta ciudad portuaria, el combate también sucede en los numerosos manglares y ensenadas que rodean este álgido punto de la costa suroccidental.
El barco de los guardacostas recorre el río Guayas. A la derecha, frondosos manglares ocultan la explotación de camarones diseminada en el inmenso estuario.
A la izquierda, se ven las casas de ladrillo de uno de los barrios marginales, territorio de las bandas que siembran el terror por toda la ciudad.
Y en el centro, como un portaaviones, un enorme portacontenedores de unos veinte metros de altura se abre paso por el estrecho canal.
El estuario de Guayaquil y sus 28 puertos (incluido uno en aguas profundas) es el pulmón de la economía ecuatoriana: aparte del petróleo, el 80% de las exportaciones del país sale por este golfo, sobre todo sus productos clave, como el banano y el camarón.
También es un paraíso para los narcotraficantes, que traen cocaína de los vecinos Colombia y Perú. Ecuador “se convirtió en el principal distribuidor de cocaína” del mundo, señala el capitán de fragata, Fernando Álvarez.