Imagen recuperada de internet

Por Felipe Hernández/Avance

Quienes caminan por la colonia Gaviotas Norte, en Villahermosa, quizá leen un nombre en una placa sin conocer la historia que encierra. Manuel Pérez Merino no fue solo un nombre más en el trazo urbano, fue un músico que convirtió la nostalgia, el río y la tierra tabasqueña en melodía.
Víctor Manuel Pérez Merino nació el 26 de febrero de 1918 en Villahermosa, pero parte de su infancia transcurrió en Tacotalpa, antes de regresar a la capital tabasqueña y desde muy pequeño vivió los contrastes de una época marcada por los enfrentamientos políticos como el de los rojos contra los azules.
Creció en una casa familiar cercana a la calle Ocampo, un espacio cargado de recuerdos, alegrías y pérdidas, ahí aprendió a mirar la vida con profundidad. Ese mismo hogar sería testigo de su crecimiento artístico y de la formación de un carácter íntimamente ligado a Villahermosa.
Su acercamiento al piano ocurrió casi de manera natural, vecinos le permitieron tocar un instrumento que despertó su vocación. Recibió formación académica y, siendo adolescente, viajó a la Ciudad de México para perfeccionar su talento, sin embargo, la música popular terminó llamándolo con más fuerza.
A finales de los años treinta, Manuel Pérez Merino comenzó a abrirse paso en la radio y en centros nocturnos de la capital, su nombre empezó a sonar entre críticos y públicos diversos. Fue entonces cuando, lejos de casa, nació su obra más emblemática, la canción Villahermosa, inspirado por la añoranza y el frío de una madrugada solitaria.
El tema cruzó kilómetros y regresó a Tabasco como un himno no oficial. Pronto se escuchó en las calles y conquistó a su gente, aunque tuvo oportunidades para quedarse en la capital, decidió volver definitivamente a su tierra. El apego familiar y la identidad pesaron más que la fama.
En Villahermosa vivió una de sus etapas más brillantes, dirigiendo orquestas y acompañando a figuras consagradas de la música nacional. Compuso más de 130 canciones que retratan al estado, sus paisajes y su sentir. Su obra fusionó ritmos caribeños, bolero y toques de jazz con una sensibilidad local.
Manuel Pérez Merino falleció el 12 de mayo de 1993, pero no se fue del todo. Su música sigue contando la historia de Tabasco. Que una calle lleve su nombre no es casualidad, es una forma de recordar que hay melodías que nunca dejan de caminar con su pueblo.