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La encuadernación, un arte

La encuadernación, un arte

Sus manos son ásperas, con pliegues y arrugas, pero poseen una destreza que nadie más en Tabasco cuenta. Dedica su vida trabajando en una profesión que ya no existe. Al verlas es inevitable no preguntarse la historia ancestral que esconde este hombre de corta estatura, con extremidades finas, de cabello canoso. A través de su voz tenue descubrimos los relatos de una vida ofrecida a la encuadernación.

Situado en una bodega recóndita, al fondo del estacionamiento del Instituto Juárez, está el taller del maestro Jorge Luis Jiménez Pérez. Algo llama la atención de su recinto, repleto de una maquinaria desconocida para nuestra generación. ¿Qué palabras esconde este veterano? Empezamos a rememorar las memorias atrapadas en el tiempo, crónicas que comienzan a contarse por medio de anécdotas.

Unos ojos almendrados mantienen una mirada fija, viendo hacia un pasado lejano, distante, viaja a su niñez con una frase: “Mi infancia, pues, me la pasé trabajando, de chamaquillo, siempre trabajando, vendiendo periódicos de la época, como fue el presente, el Rumbo Nuevo, el Diario de Tabasco”. Aquellas costumbres conforman su semblante serio, siempre firme y cuidado, acompañado de valores como la responsabilidad que provienen desde casa con la crianza de su madre.

A pesar de sus sesenta y nueve años, Jorge todavía continúa trabajando en la Colección Especial Francisco J. Santamaría, en una habitación solitaria, con un olor a madera, llena de materiales pieles, telas, láminas doradas, que son solo algunas de sus herramientas básicas. La rutina, diría, es “tener tu ropa aseada, limpia, ordenada, que no quede algo regado por ahí en casa, lo más que se pueda en orden, el desayuno, mis compromisos. Eso es lo cotidiano”. Afirma que su único pasatiempo es el trabajo, tanto en el centro de labores como en casa.

Luego de un momento de iniciar la plática, Jorge observa su prensa y ofrece mostrarnos no solo el proceso de la encuadernación de un libro, sino también la imprenta, el oficio que ya no se ve. Mientras prepara su máquina, surge en el aire una gran incógnita, imposible de responder para alguien que desconozca esta labor, ¿qué es realmente la encuadernación? Es algo que nuestro lenguaje no puede describir del todo.

“Me apasiona todo, como te vuelvo a comentar: la historia del libro, sus antecedentes históricos, sus primeras raíces históricas, la historia de la imprenta, los personajes, los diseñadores o grabadores de letra. En fin, es un mundo completamente amplio, muy bonito, muy emocionante”, cuenta con los sentimientos a flor de piel, sembrando fervor en el ambiente. No cabe duda, dedicarse al libro es un arte.

Cuando el maestro abre sus cajones, lo primero que nos enseña son las placas que utiliza para su imprenta. Son minúsculas, su ancho es menor que las uñas de sus dedos. Requiere una inmensa organización, mantener todo acomodado, pero tiene todos sus cajones clasificados. Adentro guarda sus placas que “ya no se hacen aquí en Villahermosa. Hubo un tiempo que sí, fabricadas con zinc. Ahora ya no más, en la Ciudad de México se mandan a hacer, por lo difícil que son de conseguir”, declara sus joyas porque si le pierde una, será complicado reponerla.

Al mismo tiempo, saca sus láminas de colores, predominan el dorado, rojo y verde, porque son los colores que usa la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco para sus encuadernaciones de la Colección Especial Francisco J. Santamaría. Coloca sus placas de metal en el orden correcto, puesto que cada una corresponde a una letra del abecedario. Para lograr escribir una frase, tiene que poner una por una en la prensa y hacer mucha presión, solo así se consigue realizar un grabado en la solapa de un libro.

No obstante, entre todas las encuadernaciones que ha hecho, sus favoritas son las biblias. “Todos los libros para mí son valiosos, pero lo que más llega a mis manos y desde siempre son Biblias. Y pues a eso yo la verdad le doy un trato mucho más amoroso”, confiesa esbozando una leve sonrisa que como creyente tiene que dedicarle un doble afecto porque es la palabra impresa de dios.

Llega el preciado instante en que el maestro abre su corazón para compartirnos una de sus inolvidables anécdotas, en esta ocasión “diabetes de Ciudad de México”. Jorge refiere a que después de un tiempo de vivir en la capital, tenía un intenso deseo por regresar, más que nada por su familia, pero en especial con su mamá. Aunque lo que hizo volver a su pueblo natal, fue la tragedia del 1985, uno de los peores terremotos en la historia de México, “fue para mí muy triste, muy feo, muy terrible, teníamos mucho temor por los sismos y a raíz de eso, pues, yo creo que ya nos volvimos diabéticos”, alega que esa experiencia fue la que lo hizo retornar a Tabasco.

Unos momentos después, nos revela la bondad de los libros, “son los pacientes completamente pacientes, este no nos grita, no nos mal habla, no nos llora, absolutamente no protesta. Es verdaderamente nuestro paciente”. Sin embargo, reitera en varias ocasiones, ellos también se merecen respeto y atención, “tampoco lo debemos dejar ahí arrumbado”. Desde ese instante, la noción del libro cambia por completo porque ahora no solo se tratan de textos escritos en papel, sino que su restauración consiste en conservar una parte de nuestra historia que ha sido olvidada.

Al abordar el tema de la Colección Especial Francisco J. Santamaría. dijo que todavía hay mucho que hacer. Sin importar las dificultades que surjan en el camino, existe una pasión que palpita con fuerza, una devoción que lo trae consigo a trabajar cada día. Por más que la gente insista que su trabajo ya no tiene sentido, demuestra con perseverancia, que todos ellos están equivocados porque “la encuadernación, no, no, no hay manera de que se termine. Estamos activos y estamos muy contentos”, nos enseña con sus palabras que esto existe, que la encuadernación no ha muerto.

(Alumna del cuarto semestre de Comunicación de la UJAT. Trabajo final de la materia de Periodismo Informativo).