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UNA HISTORIA  DE LA CALLE PEDRO C. COLORADO

UNA HISTORIA DE LA CALLE PEDRO C. COLORADO

Luis García

Siempre desde pequeño me ponía a pensar si en verdad existen los fantasmas, o si las personas que han fallecido podrían volver a comunicarse con nosotros. Escuchaba al igual leyendas fabulosas que nos contaban las personas mayores. Historias que en mi caso me daban “mello”, porque además nos las platicaban precisamente para que tuvieramos miedo de todo. Recuerdo que en la casa donde me críe en la calle Pedro C. Colorado, una casa antigua misma que después fue remodelada, pero en mi mente siempre quedó porque la veía enorme y por las noches en el patio, no se veía nada. Una de esas narraciones que me hacia Don Domingo, “El Hungaro” porque así le decían a sus hermanos igual, era en el sentido de que antes de dormirse gustaba de fumarse un cigarrillo, “Delicados”, y era ahí donde entes desconocidos le zamarreaban la hamaca o le tallaban los pies, pero él no tenía miedo y seguía fumando su cigarro. Presumía que ello se debía porque cerca del lugar en donde descansaba había un árbol de guanábana, mismo que atrae muchas malas vibras y todo lo consiguientes. Por lógica a esa edad que tenía, entre los 7 y 9 años aproximadamente,  mi hermano y yo teníamos un pavor de salir en la noche o madrugada al baño. Lo pensábamos antes de ir por todo lo que nos contaba el viejo Domingo. Y como era una casa abierta en la parte de la cocina, solo la dividía con el patio una pequeña reja de alambre con una puerta de madera y alambre, pues en verdad que salir a la medianoche cuando todos dormían era un reto para nosotros. Además, el baño se encontraba ubicado en la parte más lejana y precisamente a lado de todo ese patio, que veía tan inmenso. Para entrar al baño teníamos  que pasar por el lavado para ropa. Y una tenue luz en el sanitario hacia todavía más dantesco todo el proceso de atrevernos a ir orinar por la madrugada. Lo primero que volteábamos a ver era el árbol porque nos habían dicho que ahí llegaba la lechuza y estaba “la cosa mala”, ¡padre bendito!, si era un reto en verdad. Hoy nada queda de ese gran patio lleno de limones, higo, guaya, capulín, donde los murciélagos hacían un festín y del gran árbol de guayaba. Hoy me doy cuenta que donde vivía era una casa de 10 de ancho por 20 de largo, lo veo tan pequeño que sin lugar a duda la mente infantil corre como el viento, para cada día encontrar nuevas aventuras. De aquella casona antigua no queda nada, solo el recuerdo en nuestro pensamiento, el recuerdo de que cada dos de noviembre, se hacían los rezos durante el día para recordar a todos los que se habían marchado antes…

DE SALIDA. Pues Ricardo Monreal ya alzó la mano y dijo yo voy. Pronunció a Ebrard y a Sheinbaum, pero no a Adán Augusto, no sabemos si porque no lo ve como presidenciable, o porque tiene un pacto ya con él…